
Marcelo Rodríguez, ingeniero forestal, apicultor y líder gremial, ha dedicado su vida a restaurar ecosistemas nativos en su predio de la comuna de Los Álamos, de la región del Biobío.
Marcelo Rodríguez conoce el bosque como pocos. No solo porque creció entre las distintas especies de la provincia de Arauco, sino porque su vida entera ha estado entretejida con la naturaleza. Desde temprana edad, el bosque fue su refugio y su aula, "Siempre quise conocer los nombres científicos de las plantas", recuerda. Esa adelantada curiosidad lo llevó a convertirse en ingeniero forestal en la Universidad de La Frontera en Temuco, Región de la Araucanía, donde profundizó su amor por la biodiversidad y la restauración ecológica. Con los años, esa vocación se expandió desde los libros y las aulas hacia el trabajo directo con comunidades mapuche y la recuperación de ecosistemas.
Y, sin saberlo, también lo conduciría a reencontrarse con una herencia familiar: las abejas. Estas dos labores que ha desarrollado convergen en una misma misión: cuidar y restaurar el bosque nativo mientras produce mieles únicas con identidad territorial.
Hijo de un profesor y una enfermera de la zona, Marcelo, viene de una familia de apicultores: su abuela materna tenía abejas y la miel era parte de la vida cotidiana. Sin embargo, fue en el año 2003 con el nacimiento de su hijo Manuel, quien llegó con una parálisis cerebral severa, que Marcelo y su pareja decidieron volver al campo, para cuidar de él. “La apicultura apareció como una actividad que me permitía estar en casa, al mismo tiempo trabajar para generar ingresos, y también preservar el bosque. Así nació Colmenares Kilimamuil, su emprendimiento apícola, con colmenas que hoy producen mieles únicas y valiosas.
El predio, donde estaban sus raíces y que fue heredado de su padre, había sido en su momento reemplazado con eucaliptus durante el auge forestal de los años 80, pero Marcelo tenía un sueño: “Algún día voy a restaurar este bosque”, se prometió. El año 2016 comenzó a cumplirlo, con la instalación del primer huerto melífero que incluía especie nativa, y luego el año 2022 plantando en una de las tres hectáreas más especies nativas a través del Proyecto +Bosques, iniciativa financiada por el Fondo Verde del Clima, iderada por la FAO y la Corporación Nacional Forestal, CONAF. Esto le permitió continuar su proceso de restauración ecológica, actualmente, su meta es erradicar el eucalipto en sus tres hectáreas y devolverle el lugar al arrayán —Luma apiculata—, especie que en algún minuto dominaba el paisaje.
Pero Marcelo no solo se ha dedicado a la producción de miel, el oficio también lo ha llevado a ser líder gremial, fundó el Comité Apícola de Los Álamos en 2005 y fue presidente de la Federación Nacional Apícola entre 2009 y 2013. Durante su gestión, logró uno de los hitos más importantes del rubro: la creación de la Comisión Nacional Apícola, un organismo con poder vinculante para definir políticas públicas sobre el tema. También ha trabajado como asesor técnico y formador, capacitando incluso a trabajadores de empresas forestales sobre la importancia de las abejas, en una ironía transformadora que él resume así: “Después de haber peleado con las empresas forestales, terminé enseñándoles a proteger las abejas”.
Se alegra cuando comenta que aún quedan fragmentos del antiguo bosque de Nahuelbuta en esta zona, pulmón verde que, a pesar del paso del tiempo y el avance de la industria, se mantiene en pie como testigo de la historia y la identidad del territorio. Hoy la mayor parte está bajo el resguardo de la empresa forestal, que en décadas anteriores colocaba muchas restricciones para el ingreso. Sin embargo, los tiempos cambiaron, las exigencias de los mercados internacionales, cada vez más conscientes del impacto social y ambiental, forzaron una transformación profunda en la manera en que las grandes empresas se relacionan con su entorno. La sustentabilidad dejó de ser solo un concepto ecológico para incorporar también una dimensión social.
Así, esa antigua barrera comenzó a abrirse. Lo que antes fue un muro, empezó a convertirse en un puente para las comunidades que comenzaron a considerarlas vecinos y aliados. Poco a poco, se cimentó una relación histórica que hoy tiene el desafío de reconstruirse desde el respeto, la inclusión y la colaboración, y donde Marcelo forma parte con sus colmenas de abejas.
La experiencia resultó ser una revelación. "Subimos las colmenas en noviembre, y para fines de diciembre hicimos la primera cosecha. Fue ahí cuando descubrimos que las abejas estaban produciendo una miel única: la miel de tineo", cuenta con entusiasmo. El tineo —Weinmannia trichosperma— es un árbol endémico de Chile, lo que significa que no crece en ningún otro lugar del mundo. Por lo tanto, su miel es también exclusiva del territorio chileno.
Pero eso no fue todo. Más tarde, entre febrero y marzo, las colmenas ofrecieron una segunda producción: la miel de ulmo —Eucryphia cordifolia—, producida a partir del néctar de esta especie nativa. Mediante análisis melisopalinológicos realizados por universidades, ha comprobado la pureza y el origen de sus mieles, lo que le permite comercializarlas a un valor justo y con identidad territorial.
Actualmente, Marcelo maneja cerca de 75 colmenas, produce propóleo, polen y jalea real, y continúa reforestando con especies nativas. La pérdida de su hijo Manuel, hace dos años, marcó un antes y un después, pero también reafirmó su compromiso con una vida en armonía con la tierra. “Quiero que mis hijos, mis nietos, mis bisnietos, conozcan el bosque original que había en esta zona. Y que se acuerden del viejo loco que se le ocurrió plantar árboles nativos”, dice con una sonrisa.
Así, entre colmenas y especies nativas que ha podido reforestar a través del Proyecto +Bosques, iniciativa que se enmarca en La Estrategia Nacional de Cambio Climático y Recursos Vegetacionales, política pública de la Corporación Nacional Forestal, CONAF, Marcelo ha logrado no solo producir una miel de altísima calidad y valor ecológico, sino también reconectar el trabajo apícola con la conservación de los bosques y la recuperación de territorios degradados. Su historia es testimonio de cómo el respeto por la naturaleza, la ciencia y el diálogo pueden abrir caminos antes impensados.
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